martes, 14 de febrero de 2012

BUFANDA

-Elena Alvarado.


Afuera el día estaba atroz, el termómetro marca cero grados. Para los demás una chamarra es lo suficiente para salir a sus labores. Para mí era peor que andar desnudo en el Polo Norte.


Comienzo mi ritual: una playera de manga larga, un pantalón ambos térmicos, continuo, con otro de franela, un chaleco de algodón, suéter de lana, una chamarra de plumas de ganso y al final un abrigo grande lo suficiente para poder entrar con las prendas anteriores. Después me pongo dos pares de guantes, un gorro y para terminar una bufanda y estoy listo para salir.


Mis amigos, familia y gente se burlan de mí. En el trabajo todos lucen sus mejores prendas de invierno pero yo parezco retrato siempre lo mismo.


No es mi culpa, no exagero, ni soy paranoico u obsesivo, es sólo que mi termostato esta averiado. Esto me dijo el doctor en mi última visita.


El frío en mi cuerpo es como si me clavaran cientos de alfileres por debajo de la piel. En cada ráfaga del viento estos alfileres se hunden más atravesando por cada músculo, vena, articulación, ligamento y así hasta llegar al hueso.


El dolor es insoportable las cremas, ungüentos y medicamentos analgésicos no ayudan en nada, pero los sigo usando con la esperanza de obtener algún resultado.


No me importa si me da pulmonía o neumonía, sino que este dolor sea para toda la vida.


El noticiero dijo que este sería uno de los inviernos más crudos de la historia de la humanidad.


Anoche el frió era intenso, subí el calentador en su máxima potencia pero, no sirvió, el ruido que genera este aparato sólo sirve para quitar el sueño. Me levante de la cama y fui directo a la ventana para ver la luna, fue en ese momento que le pedí a Dios que me ayudara a no sufrir mas este dolor.


Al la tarde siguiente cuando caminaba de regreso a casa me detuve para cruzar la calle y le pedí a Dios una señal de su amor. Entonces paso una camioneta que en la parte de atrás decía “El amor que Dios te tiene es grande e inmenso”


Llegando a casa junto a la puerta se encontraba una caja blanca. La abrí había una bufanda verde, nada extraordinaria, pero el estambre era raro. Se sentía como una nube ligera y suave, me la puse con las demás prendas. Pero algo paso comenzó a darme calor. Todo mi cuerpo sudaba. Se llenaba de un fuego abrazador con el cual sentí como destruyo cada alfiler.


Ya no sentía dolor en mis huesos. Mi sonrisa iluminó toda mi alma.


Salí a la calle, conforme caminaba me fui quitando mis prendas hasta quedarme en pantalón, playera, tenis y la bufanda verde.


Estaba feliz. Esa noche la ciudad, se cubrió de blanco. Al día siguiente todos evitaban salir a la calle y los que lo hacían ahora usaban mi ritual.



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