domingo, 1 de enero de 2012

LLUVIA.



- Elena Alvarado

No supe detenerme esta vez, te pegué hasta que mis puños reventaron de dolor. No es mi culpa, te juro que no. Esta vida de mierda no ayuda en nada. Me ganan los pensamientos, los impulsos, los complejos. No sé pedir perdón. Toca mi cara. El llanto ya traspasó mi piel, por eso tengo tantas
cicatrices. No dudes que te amo, pero tal vez sea hora de que encuentres a
alguien mejor. No la basura que soy.

Fue lo que escribió Iker en la nota que dejó junto a la cafetera. Amada no la vio, tenía el ojo derecho cerrado. Esa noche el meteorológico pronosticó una lluvia poco usual, una en
donde Amada sería feliz por primera vez en la vida. Miró por la ventana esperando se nublara y se apagara el sol. El reloj marcan las seis. Falta una hora para que llegué la bestia.

La masacró por años, con golpes, insultos, groserías, y lo único que supo hacer ella fue quedarse a su lado y serle fiel. Hoy todo cambiará. Los truenos se escucharon. Las primeras gotas empezaron a caer, eran leves, como brisa de ángel. Amada corrió a ponerse el vestido verde olivo que le regaló su madre en su cumpleaños número veinte tres y con el cual parecía una princesa. La lluvia arreció hasta convertirse en una tormenta perfecta. Ella se paró en la puerta de la casa con la mirada fija en dirección a Iker. Éste apareció en su flamante auto rojo, pero al bajarse de éste y poner su pie en el pavimento se percató de que algo raro pasaba. Todo se empezaba a derretir. Corrió a la casa, pero Amada le cerró la puerta. Iker golpeó, suplicó y se humilló para que lo dejara entrar, pero el ácido cubrió su cuerpo y le impidió seguir gritando. El dolor traspasó la piel y los huesos. De él sólo quedó el recuerdo. Eso dijo Amada a todos lo que preguntaban por Iker.


Amaneció, salió de casa con una bolsa hermosa que hacia juego con su vestido. Afuera todo era caos, pero Amada sonrió tan maravilloso que opacó al sol para siempre.

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