domingo, 1 de enero de 2012

LA CREACIÓN

LA CREACIÓN
Miguel Lupián


La luna colgaba como una naranja madura del cielo inmaculado. Un perro enclenque hurgaba en los restos de la vendimia matutina algo para comer. El viento húmedo y salado agitaba las ramas, casi vencidas por el peso de los cuervos dormidos, del único árbol. Un mariachi caminaba arrastrando su trompeta por el suelo adoquinado de la plazuela.

Hacía horas que, sentado en una silla plegable en medio del kiosco, Euclides contemplaba la escena. Depresión, ira y deformidad se fundían en su rostro. La palabra monstruo retumbaba en su pequeña cabeza. Una piedra angulada de ónix verde apareció en su mano izquierda. La enterró de un solo movimiento en el centro del trígono azul tatuado en su antebrazo derecho. Desgarró el músculo hasta llegar al hueso. Las hormigas se ahogaron en la savia derramada.

Un seco y estruendoso “¡No!” partió la noche acompañado por una ola de calor. El kiosco ardió, el árbol se chamuscó, la trompeta se fundió, el perro desapareció.

Howard se levantó de prisa en busca de un extintor, pero ya sólo quedaban cenizas. Resignado, cogió otra hoja en blanco, la colocó en la máquina de escribir e inició de nuevo.

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